Cuidar las emociones para abrir caminos: una mirada desde el método Lefebre Lever
- Pamela Becerra
- 14 oct
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 19 nov
La infancia y la preadolescencia son etapas que laten con ritmos distintos, pero que comparten una misma necesidad: ser acogidas emocionalmente con respeto, presencia y sensibilidad.
En Aula Nómada entendemos que el aprendizaje no se sostiene solo en contenidos, sino en la calidad del mundo interior de cada niño y niña. Por eso, cuidar sus emociones es cuidar también su forma de aprender, relacionarse y descubrir quiénes son.
Este cuidado encuentra su raíz en el método Lefebre Lever, una pedagogía que sitúa el vínculo, la libertad y la autorregulación emocional en el centro del desarrollo humano. Educar, desde esta mirada, es acompañar la vida emocional con delicadeza y verdad.
Infancia: el mundo de las emociones primarias
Durante la infancia, los niños y niñas viven las emociones de forma intensa, directa y transparente. Lo que sienten se expresa sin filtros: la alegría es desbordante, la frustración es inmediata, el miedo se vuelve físico, la sorpresa lo ilumina todo.
En esta etapa, las emociones son como colores puros: brillantes, visibles y cambiantes. Necesitan adultos que pongan palabras, den nombre, contengan y acompañen, no para controlar, sino para ayudarles a reconocer lo que sienten y a comprender que todas las emociones tienen un lugar.
El enfoque Lefebre Lever nos recuerda que la seguridad emocional nace en el vínculo: cuando un niño se siente visto, escuchado y sostenido, encuentra un refugio desde donde explorar el mundo exterior y también su propio mundo interior.
Preadolescencia: un paisaje emocional más complejo
La preadolescencia trae consigo una transformación silenciosa. Las emociones ya no son tan evidentes; se vuelven más ambiguas, más internas, más ligadas a preguntas profundas: ¿quién soy? ¿qué lugar ocupo?,¿qué pienso de mí?
Aparecen la vergüenza, las dudas, la necesidad de pertenencia, la sensibilidad ante la mirada de otros. Lo que antes se expresaba sin dudar, ahora puede ocultarse detrás de silencios, gestos breves o cambios de humor.
La pedagogía Lefebre Lever propone que, en este periodo, la presencia adulta debe ser cercana pero no invasiva, disponible pero respetuosa, capaz de ofrecer claridad y calma sin imponer. Acompañar a un preadolescente es sostener su complejidad sin reducirla, y a la vez confiar en su capacidad para encontrar su propio equilibrio.
El vínculo como eje del crecimiento emocional
Tanto en la infancia como en la preadolescencia, las emociones florecen dentro del vínculo. Un niño que se siente seguro y aceptado, se atreve a sentir; un preadolescente que se siente acompañado, se atreve a pensar sobre sí mismo.
El método Lefebre Lever nos invita a ser presencias disponibles, capaces de escuchar sin juzgar, contener sin limitar, orientar sin dirigir. El adulto se vuelve entonces un puente: un puente hacia la calma, un puente hacia la claridad, un puente hacia la confianza.
Cuando la relación es sólida, la emoción encuentra lugar para expresarse sin miedo.
Libertad acompañada: sostener sin controlar
En ambos momentos del desarrollo, los niños necesitan libertad, pero no cualquier libertad: una libertad que esté en presencia de un otro significativo, que acompañe, que observe y que sostenga sin anular.
La infancia necesita libertad para jugar, probar, derrumbar y reconstruir. La preadolescencia necesita libertad para pensar, decidir, imaginar y narrarse desde su propia voz.
El acompañamiento emocional no busca obediencia, sino autorregulación: que los niños aprendan a reconocer sus emociones, a comprenderlas y a encontrar estrategias para canalizarlas de manera respetuosa consigo mismos y con los otros.
Emoción y aprendizaje: un tejido inseparable
En Aula Nómada comprendemos que ningún aprendizaje académico se sostiene si el mundo emocional está en conflicto:
Un niño tenso no crea.
Un preadolescente que se siente juzgado no se atreve a explorar.
La curiosidad necesita calma.
La creatividad necesita confianza.
La reflexión necesita seguridad.
Por eso, cuidar las emociones es también cuidar los aprendizajes, darle al niño un suelo fértil donde pueda crecer sin miedo a equivocarse, sin miedo a ser él mismo.
Acompañar su ritmo: una pedagogía que abraza la humanidad
Educar emocionalmente es acompañar cada proceso sin apresurarlo.
La infancia necesita tiempo para comprender lo que siente; la preadolescencia, tiempo para comprender quién está siendo. Ambas etapas avanzan a su propio ritmo, con pausas, dudas, descubrimientos y silencios que merecen ser honrados.
Acompañar, desde el método Lefebre Lever, no significa empujar ni corregir el sentir, sino estar presentes, atentos y disponibles. Es sostener sin invadir, orientar sin definir, abrir espacio para que cada niño y niña se encuentre consigo mismo desde su singularidad.
Esta mirada no es una técnica, sino una ética: la ética de la presencia, del respeto y de la escucha viva. Una pedagogía que confía en la capacidad interna de cada persona para comprenderse, transformarse y habitar sus emociones con mayor claridad.
Porque cuando cuidamos sus emociones, acompañamos su humanidad. Y cuando acompañamos su humanidad, abrimos caminos para que aprendan, creen y se relacionen desde un lugar auténtico y verdadero.
“Acompañar sus emociones es ofrecerles un lugar donde habitarse con calma. En ese espacio cuidado, cada niño encuentra su propio modo de crecer.”
— Equipo Aula Nómada




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